“El corazón de don Rafael era como un manantial sin término del amor a Dios. Era un obispo pletórico de fe y de cercanía a los fieles. Su deseo fue siempre servir y no ser servido”
La Real Academia de San Dionisio rememora la figura y la obra del obispo Rafael Bellido Caro en una sesión enmarcada en el programa de actos del traslado de sus restos a la Santa Iglesia Catedral el próximo 8 de diciembre
Acto in memoriam que, por momentos –sobre todo durante la muy entrañable y sentidísima intervención de Sixto de la Calle-, llegó a emocionar visiblemente a la concurrencia. La Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras celebró una sesión extraordinaria enmarcada además en el programa conmemorativo del traslado de los restos de don Rafael Bellido Caro a la Santa Iglesia Catedral (acto que tendrá lugar el próximo 8 de diciembre). Hacer justicia en el tiempo constituye una acción nunca gratuita ni tampoco prescindible. Incluso aunque el homenajeado post mortem ni siquiera precise del tributo urbi et orbi para la consolidación/consagración de su obra. La figura del obispo Bellido Caro siempre contempla el rescate de su propia remembranza (al tenor, mayormente, de la preponderante magnitud de su humildad –una virtud tan necesaria, socialmente hablando, según la desvalorizada época que nos ha tocado vivir-). Tres ponentes de excepción-académicos todos ellos- abordarían diferentes facetas y aspectos de don Rafael: Sixto de la Calle, José Rodríguez Carrión y Andrés Luis Cañadas Machado. A ellos se uniría asimismo –y en clave de la magnitud académica de Bellido Caro- el presidente titular de la docta casa jerezana Joaquín Ortiz Tardío. Cabe constatar que no faltaron a la cita ni el obispo diocesano José Mazuelos ni la alcaldesa de la ciudad María José García-Pelayo.
Andrés Luis Cañadas, quien disertó en su calidad de biógrafo de Rafael Bellido Caro e igualmente de actual presidente de la Asociación Bellido Caro, atinó a definirlo como “un auténtico místico de nuestro tiempo”. Rodríguez Carrión dibujó la sonrisa en el público concurrente. Relató –con gracejo y no desprovisto de cierta agradecida espontaneidad- varios capítulos que “de niño” vivió junto a un obispo “que me rompió todos los esquemas que yo tenía preestablecidos sobre la idea de una máxima autoridad eclesiástica”. Abundó en la cercanía, en la modestia, en la proximidad de quien, años más tarde, “me trató, tanto a mi mujer Covadonga como a mí, de un modo excepcional cuando vivimos la inigualable experiencia del pregón de la Semana Santa”. Para Sixto de la Calle “don Rafael fue un santo como santo se llamaban, entre sí, los primeros cristianos. Siempre estará unido al recuerdo y al cariño de este Jerez nuestro. Quiero referirme a la santidad de don Rafael en virtud de su humildad. Porque la prueba de su santidad es la enorme humildad que le caracterizaba. El corazón de don Rafael era como un manantial sin término del amor a Dios. Era un obispo pletórico de fe y de cercanía a los fieles. Su deseo fue siempre servir y no ser servido”.
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